El otro día me llegó por correo electrónico una de esas viñetas humorísticas que a todos nos llegan.
En la viñeta se muestran dos situaciones idénticas en periodos distintos: un profesor da las notas a un alumno en presencia de sus padres. En la primera, (datada hace años) ante la ristra de ceros, unos y doses; los padres se vuelven pidiendo explicaciones al niño. La segunda viñeta repite la situación, pero ubicándola en la actualidad. Los padres también se vuelven enfurecidos, pero no hacia su hijo, sino hacia el profesor.
No sé si a los profesores se les debe dar la categoría de autoridad o si deben dar clases desde una tarima como antaño. Lo que es indudable es que el profesorado debe recuperar la autoridad y el respeto perdidos.
Yo recuerdo que cuando era pequeño e iba casa con una nota del profesor en la que se me castigaba, mis padres no dudaban de lo que decía la nota y solían imponerme un castigo adicional y más severo.
Las agresiones y amenazas de padres a profesores deben ser castigadas con severidad. Lo que no es de recibo es que los padres acudan a los colegios a amedrentar al profesorado cuando éstos han amonestado disciplinariamente a sus hijos. De esta manera el profesor pierde toda autoridad ante el alumno y éste se queda con la sensación de que existe impunidad.
Cuestión aparte, aunque ligada a ésta, es la calidad de nuestra educación. Las sucesivas leyes educativas no han hecho más que empeorar la situación. Se ha impuesto la ley del mínimo esfuerzo. Para evitar traumas, los alumnos promocionaban automáticamente de curso independientemente de sus resultados. Se ha llevado a cabo una nivelación a la baja, en lugar de buscar el esfuerzo del estudiante para alcanzar un nivel mínimo y pasar de curso, los alumnos aplicados han visto como podían obtener el mismo resultado sin esforzarse lo más mínimo.
Hace unos días el diario El País reflejaba una estadística significativa: el 14% de los jóvenes españoles ni estudia ni trabaja. Claro, mientras en casa les den la paga suficiente para salir los fines de semana no sienten la necesidad ni formarse ni de trabajar. El problema es que cuando finalmente quieran salir al mercado laboral sin casi cualificación y sin experiencia querrán ser todos jefes y ganar una gran cantidad de dinero.
Nos leemos
Madrid, 28 de Septiembre de 2009